Cada
agosto llegan familiares y amigos a la reunión, muchas veces superando las
dificultades de viajar en los montañosos y peligrosos caminos bolivianos. Antes
de celebrar, se acomodan alrededor de un hoyo en la tierra o de una pequeña
apacheta. Alguien dice unas cortas y sentidas palabras y enseguida, uno por
uno, se acercan a ofrendar diferentes objetos. Algunos toman trozos de comida,
otros granos, tabaco u hojas de coca y alguno más prefiere arrojar un chorrito de
chicha. Todo para honrar y agradecer a la Pachamama, la Madre Tierra. Esta
celebración milenaria es, seguramente, la más popular y difundida de las
tradiciones del pueblo boliviano, pero lejos está de ser la única.
Rituales
como éste se repiten durante todo el año, y han sido alentados en
estos últimos tiempos por el Presidente Evo Morales, el primer mandatario de origen indígena en la historia del país y de Latinoamérica.
El boliviano es un pueblo altamente identificado con la cultura prehispánica, y
más del 70% de la población es aborigen o de descendencia directa de ellos. Decenas de grupos étnicos
mantienen, cada uno con sus particularidades, muchas de las costumbres
heredadas, con una diversidad cultural tan amplia que llevó a la creación hace
tres años de un Ministerio de CulturaS.
Dentro
del cúmulo interminable de tradiciones, el culto a la Pachamama ocupa un lugar
importante. En algunas zonas se realiza todo el año, pero toma repercusión
masiva en agosto, el preámbulo del mes de la siembra y cumpleaños de la Madre
Tierra. Se vive con mucha fuerza en las zonas rurales y en pueblos donde pareciera
que el tiempo se detuvo hace décadas; pero también en los patios de las casas de las grandes
ciudades.
La
otra gran celebración cultural es el Carnaval. Música y baile, fundamentales
para los bolivianos, tienen allí su máxima expresión. En cada pueblo y ciudad un
gran desfile ve pasar coloridos trajes, disfraces y máscaras, mientras se
producen masivos bailes e interpretaciones de danzas populares y folclóricas.
Charangos, quenas, sikus, instrumentos prehispánicos, fusionan sus sonidos y
dan forma a tinkus, huaynos o takiraris, que pintan los estados de ánimo, los
agradecimientos, y los distintos paisajes de cada región. La fiesta está tan impregnada en el
corazón del pueblo que hasta la Iglesia la ha adoptado y fusionado para
venerar, durante el Carnaval, a la Virgen de la Candelaria, en una expresión
multicultural como pocas. De todos, el más imponente es el Carnaval de Oruro,
de más de dos siglos y Patrimonio Cultural de la Humanidad desde 2001.
Por
supuesto que hay varias fusiones culturales y que en la ciudad coexisten universales costumbres
urbanas. También es muy grande el amor por el fútbol, característico del continente, que se vive en
el llano y a 4.000 metros de altura por igual. Y a la par viven las otras tradiciones, las de pueblos que han resistido el sojuzgamiento de la Conquista española durante
cinco siglos pero que mantienen vigente su lengua (Bolivia cuenta con 36 idiomas oficiales además del español) y sus costumbres, que los ancianos han pasado a sus hijos y nietos. Asi ocurre que hoy múltiples y diversas
formas de música, arte o vestimentas conviven en un mismo
territorio.
Fuentes consultadas: Ministerio de CulturaS de Bolivia ; Bolivia Cultura ; Ecoportal ; El Cambio ; coberturas periodísticas; Youtube.